Historia de la Copa de Vino

Un buen catavinos debe estar hecho de un vidrio fino, liso, incoloro, límpido y de formas puras, sin recovecos ni adornos.

En los primeros momentos de la humanidad, el hombre, movido por el instinto de calmar la sed, no debió ir más allá de inclinarse sobre charcos, ríos o arroyos, para beber directamente o, todo lo más, ayudarse con las manos. Después vendría el uso de conchas marinas, cáscaras de frutos, cuernos de animales u otros utensilios impermeables proporcionados directamente por la naturaleza.

Luego, cuando el hombre se vuelve sedentario, empieza a experimentar con lo que le rodea y surgen los primeros útiles de fabricación propia. Primero fue el barro cocido y más tarde esmaltado, después el cobre y el estaño para los pobres y el oro y la plata para los ricos. Es a partir de esta época cuando se inicia la historia de las copas.

Los descubrimientos arqueológicos evidencian el uso que de las mismas ya hicieron los griegos y romanos, y cómo gustaban de labrar y adornar sus copas ricamente, en muchos casos con dibujos referentes al vino. En aquel primer período, las copas eran símbolo de lujo y poseerlas señal inequívoca de un elevado estatus social. No se sabe a ciencia cierta ni cómo, ni dónde, ni cuándo se descubrió el vidrio, este material que tan práctico y efectivo iba a resultar para la humanidad. Lo más acertado parece situar sus primeros pasos en la época fenicia. Lo que sí se sabe con certeza es que los egipcios, unos 1.500 años antes de Cristo, ya conocían el vidrio, y que el pueblo persa, bajo el reinado de Alejandro Magno, hacía ya uso habitual de utensilios fabricados con él.

En el siglo I ya existían rudimentarias vidrierías en Francia e Italia. Sin embargo, al iniciarse la Edad Media, como tantas otras cosas, el desarrollo del vidrio sufrió un fuerte frenazo. De hecho, durante el medievo, el vidrio no sólo se estancó, sino que casi se olvidó. Los árabes adoptaron e impulsaron las técnicas del vidrio. Así, durante los siglos XIII al XV, de la ciudad de Damasco surgieron preciosos ejemplares esmaltados, que más tarde servirían de modelo a los vidrieros italianos.

En el Renacimiento, el vidrio alcanzó cotas muy elevadas. Surgieron en Venecia excelentes maestros vidrieros y sus continuas investigaciones con el vidrio les llevó a conseguir una versión blanca bastante pura, que dio lugar al prestigioso “cristal de Venecia”. Este “cristal de Venecia” alcanzó una enorme popularidad y su fama corrió como la pólvora. Fue en el último tercio del siglo XVI cuando apareció un tipo de copa más o menos estándar, de traza esbelta, con forma de cáliz montada sobre un pie. Fueron los ingleses, sin embargo, los que se apuntaron el tanto del descubrimiento del cristal, en el siglo XVII, al añadir a la pasta vítrea óxido de plomo.

Al principio, las formas y tamaños de estas nuevas copas de cristal inglés seguían cánones venecianos. El elemento de la copa que más variedades experimentó fue el tallo, no sólo porque ofrecía más posibilidades experimentales, sino porque había que contrarrestar de alguna manera la fragilidad de esta parte de la copa.

A lo largo del siglo XVIII se desarrolló todo un muestrario de modelos de copas de cristal, que se irían estilizando con el paso de los años. Las primeras piezas de cristal labrado fueron dando paso a otras más finas y ligeras. Por otro lado, las copas de color se comenzaron a utilizar para enmascarar la turbidez de los vinos blancos. Durante el siglo XIX, los alardes decorativos de las copas disminuyen considerablemente y se empiezan a desarrollar formas y tamaños según el vino, una idea que no tardó en imponerse. Será a mediados del siglo XIX cuando las mesas bien decoradas pasen a ser una cuestión de buen gusto. Por esos años se comienzan a disponer las vajillas, cubiertos y cristalerías para cada comensal con una distribución meditada, buscando la armonía y la estética del conjunto.

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